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La tuberculosis, una infección que se debe prevenir

Ayer, domingo 24 de marzo, se celebró el Día Mundial de la Tuberculosis (TB), conmemorando así el día de 1882 en que Robert Koch anunció el descubrimiento de la bacteria responsable de la enfermedad, Mycobacterium tuberculosis. La eliminación de la tuberculosis para 2030 es uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Este año se quiere transmitir un mensaje de esperanza con el lema: ¡Sí! ¡Podemos poner fin a la TB! Es una enfermedad infecciosa y muy contagiosa. Aunque se puede prevenir y curar, sigue siendo una importante causa de mortalidad, sobre todo en países subdesarrollados. En 2022, la tuberculosis acabó con la vida de cerca de 1,3 millones de personas en todo el mundo.

Se contagia de persona a persona a través del aire, la persona contagiada tose, estornuda o escupe, expulsa bacilos tuberculosos al aire y cuando otra persona inhala esos bacilos se infecta. Los animales, los insectos, la tierra o los objetos inanimados no suelen ser portadores. No todas las personas expuestas desarrollan enfermedad, pero la población infantil conforma un grupo especialmente vulnerable, debido a que tras infectarse la probabilidad de enfermar es más elevada y a menor edad del paciente, mayor es el riesgo de desarrollo de tuberculosis extrapulmonar y de formas diseminadas graves. El riesgo de enfermar también es mucho mayor en personas con sistemas inmunitarios debilitados, por ejemplo, por la infección del VIH o SIDA. Otros factores de riesgo que aumentan la probabilidad de reactivación son la diabetes, cáncer de cabeza y cuello, cirugía para extirpar parte del estómago o su totalidad, problemas renales crónicos graves, pérdida de peso importante, uso de fármacos que deprimen el sistema inmunitario (corticoesteroides), edad muy avanzada y tabaquismo.

Se distinguen tres tipos de infección:
Tuberculosis latente: no tiene tantos gérmenes y están en un estado inactivo, por tanto, no se puede contagiar a otros, solo un pequeño porcentaje de estas personas enfermará y tendrá síntomas.
Tuberculosis activa: tiene un gran número de gérmenes activos en el cuerpo, se presenta uno o más síntomas y puede contagiar a otros.
Infección: la bacteria contamina el pulmón, pero el sistema inmunológico impide su propagación.
Enfermedad: en un sistema inmunológico debilitado, la bacteria se propaga por todo el cuerpo.

La mayoría de las personas afectadas tiene una infección tuberculosa latente, solo un pequeño porcentaje de estas infecciones derivan en tuberculosis activa.

Los síntomas pueden ser leves durante muchos meses, por lo que es fácil transmitir la tuberculosis a otras personas sin saberlo. Si bien la enfermedad suele afectar a los pulmones, también afecta a los riñones, el cerebro, la columna vertebral y la piel. Los síntomas más habituales de la tuberculosis son: tos intensa y prolongada que dura tres semanas o más (a veces con sangre), dolor de pecho, pérdida de peso, fiebre, sudoración nocturna y cansancio.

Para el diagnóstico, el médico, en un primer momento, valorará si el paciente presenta los síntomas típicos de la enfermedad. Se pueden realizar distintas pruebas para su confirmación: radiografía de tórax, examen microscópico y cultivo de esputo, pruebas de amplificación de ácidos nucleicos (nucleic acid amplification tests, NAAT) rápidas para verificar la presencia de material genético (ADN) de Mycobacterium tuberculosis en muestras de esputo, prueba cutánea de la tuberculina (Prueba de Mantoux) o análisis de sangre para la detección de la enfermedad. Todas las personas en contacto estrecho con un enfermo de TB deberán ser estudiadas y clasificadas como: expuestas no infectadas, infectadas no enfermas o enfermas.

Para la prevención de la enfermedad es esencial el diagnóstico precoz de la enfermedad activa, junto al tratamiento correcto, para evitar el contagio y detener su propagación. Otra medida preventiva es la inmunización con vacuna de la tuberculosis, vacuna BCG, que toma su nombre de la bacteria modificada que la constituye: el bacilo de Calmette y Guérin. La vacunación se aplica habitualmente en países de índice de desarrollo humano bajo, donde la enfermedad es más frecuente. Según el informe de la OMS de 2021, la BCG se usa de forma sistemática en los recién nacidos de 154 países. En Europa Occidental no se recomienda la vacunación general (sistemática) de todos los niños contra la tuberculosis, sino solo en determinadas circunstancias individuales de riesgo elevado de contraer la enfermedad. En España esta vacuna no se incluye en el calendario sistemático de ninguna comunidad autónoma.

Respecto al tratamiento, es necesario administrar dos o más antibióticos con mecanismos de acción diferentes, porque el tratamiento con un solo fármaco puede dejar sin cubrir algunas bacterias resistentes a él. Los más utilizados son la isoniazida, rifampicina, pirazinamida y etambutol, que se pueden usar conjuntamente y son los que se usan en primer lugar (medicamentos de primera línea). Como es una bacteria de crecimiento muy lento, debe seguirse el tratamiento durante mucho tiempo (un mínimo de 4-6 meses), aunque la persona afectada se sienta bien, de lo contrario, la tuberculosis tiende a reaparecer, al no haber sido eliminada por completo. Además, las bacterias de la tuberculosis pueden volverse resistentes a estos antibióticos, en estos casos se puede recurrir a otros fármacos como aminoglucósidos, fluoroquinolonas, a veces puede llegar a ser necesario el uso de corticosteroides e incluso la cirugía.

El farmacéutico, como profesional sanitario, colaborará en la difusión del conocimiento de la enfermedad y sus síntomas, facilitando un diagnóstico precoz que evitará su transmisión y contagio. A la persona con tuberculosis se le harán las siguientes recomendaciones:

– Para impedir el contagio, evitar el contacto con otras personas, mantener bien ventilada la casa, ponerse la mano tapando boca y nariz antes de toser o estornudar, usar pañuelos de un solo uso. Utilizar mascarilla durante las primeras tres semanas del tratamiento puede reducir el riesgo de trasmisión.
– Alimentarse bien, al principio es posible que se presente inapetencia.
– Evitar fumar y beber alcohol, el alcohol presenta efectos perjudiciales para el hígado, igual que algunos medicamentos empleados para tratar la enfermedad.
– En cuanto a los medicamentos, el farmacéutico se asegurará de que el paciente conoce la correcta forma de administración y que hay adhesión al tratamiento ya que, al ser tratamientos largos, en muchas ocasiones se abandona antes de tiempo. Además, debe advertir al paciente de los posibles efectos adversos de los fármacos empleados, algunos de ellos se considerarían normales, por ejemplo, en el caso de usar rifampicina, es posible que la orina, el sudor y las lágrimas aparezcan de color naranja. También es posible que aparezcan otros efectos adversos, sobre todo a nivel hepático, que pueden hacer necesario la suspensión del tratamiento, por lo que para valorar esta situación se lleva un control continuado con analíticas de sangre.

M.ª Isabel Rodríguez Tejonero
Doctora en Farmacia. Servicio de Información Técnica del COFM

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