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¿Qué hacer ante una laringitis aguda infantil?

La laringitis aguda es una infección frecuente y, en la inmensa mayoría de casos, leve, que afecta principalmente a la laringe (cuerdas vocales), tráquea y vías aéreas bajas (bronquios). Dicha infección produce una inflamación que ocasiona una disminución más o menos importante del calibre de la vía aérea del niño, que es más estrecha que la del adulto, y provoca síntomas de dificultad respiratoria.

Suele aparecer en bebés y niños menores de cuatro años, siendo más frecuente su incidencia en otoño e invierno.

La inmensa mayoría de laringitis en los niños son causadas por virus (entre ellos los que producen el catarro común y el virus de la gripe), por lo que el tratamiento con antibióticos no está indicado.

Se transmite a través de las secreciones respiratorias, por la tos o los estornudos. La enfermedad empieza dos o tres días más tarde del momento del contagio.

Los síntomas típicos son:

  • Tos perruna: es una tos seca, espasmódica, que generalmente empeora bruscamente por la noche. Se reconoce fácilmente, ya que el niño presenta una tos parecida a un ladrido de perro o al sonido que emite una foca.
  • Afonía o disfonía: es frecuente que se acompañe de voz ronca, dolor de garganta y a veces fiebre alta.
  • Estridor: es el ruido que se produce, similar a un pitido, cuando el niño inspira y el aire pasa por la laringe inflamada. Se acompaña de dificultad para respirar (disnea).

Estos síntomas empeoran si el niño llora o se encuentra agitado. La peor fase de la enfermedad dura 2 o 3 días, aunque la tos, ya más blanda y con mucosidad, puede durar una o dos semanas más.

¿Qué podemos hacer para mitigar estos síntomas?

  • Mantener humedad ambiental elevada, sobre todo durante la noche. Conviene colocar un humidificador o vaporizador en la habitación.
  • Respirar aire fresco. Asomar al bebé o al niño a la ventana con mucho cuidado, y que respire aire frío durante 10-15 minutos (si es verano, abrir la nevera y respirar el aire frío).
  • Hacer lavados nasales frecuentes son suero salino, sobre todo antes de acostarse y antes de las tomas.
  • Mantener al niño tranquilo, intentar evitar que se agite o que llore. La actividad física empeora la tos y el estridor. Aunque en general los niños disminuyen el nivel de actividad por sí mismos, se debe intentar que  juegue tranquilo, al menos los primeros días.
  • Acostarlo “boca arriba” y con la cabecera de la cama o la cuna levemente incorporada. Para esto podemos introducir algún calzo bajo las patas de la cabecera de la cama o cuna, o introducir algunas mantas dobladas bajo la parte superior del colchón.
  • Ofrecer abundantes líquidos. Los niños afectados suelen perder el apetito, sobre todo al principio, por lo que debemos animar al niño a que tome líquidos: agua, zumo, leche, caldo…, pero sin forzar.
  • Ofrecer las tomas en menos cantidad y más frecuentes.

Como se ha comentado anteriormente, al ser una infección viral, el tratamiento de la causa no es posible. Sin embargo, es adecuado el tratamiento sintomático de la enfermedad. Si la fiebre es mayor de 38-38,5ºC se puede usar paracetamol o ibuprofeno. Además, tras ser valorado por su pediatra, este puede pautar un tratamiento con corticoides inhalados, habitualmente de corta duración. En casos excepcionales puede ser necesario el ingreso del niño para mantenerlo observado y utilizar fármacos inhalados más potentes o con suplementos de oxígeno hasta que el niño mejore.

 

 

Cuándo acudir a urgencias

Existen una serie de signos o síntomas “de alarma” que en caso de aparecer hacen necesario que el niño sea valorado por un pediatra inmediatamente. Estos signos son:

  •   Empeoramiento progresivo de la dificultad respiratoria: estridor intenso, aumento de la frecuencia respiratoria, aleteo de las alas de la nariz al respirar, no poder estar estirado y tener que sentarse para poder respirar, aparición de “tiraje” (las costillas se le notan al respirar).
  • Si presenta mal color: muy pálido o con labios amoratados o azulados.
  • Si tiene fiebre alta que no se controla con antitérmicos ni con medidas físicas como baños de agua tibia o compresas frías.
  • Si el niño babea mucho o no puede tragar con normalidad.
  • Si aparece rechazo absoluto a la alimentación o los líquidos.
  • Si el niño parece cada vez más decaído o llamativamente agitado e irritable.

 

 

 

 

 

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