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La lógica del yodo

“La energía para pensar parece tener un origen químico. Por ejemplo, una deficiencia de yodo convierte a un hombre listo en un idiota”, decía Bertrand Rusell, uno de los filósofos más importantes del siglo XX y reconocido maestro de la lógica que pone de manifiesto la importancia del yodo para el cuerpo humano.

Este micromineral, descubierto en 1811 por el químico francés Bernard Courtois, es un elemento necesario para el normal crecimiento y desarrollo de las personas por ser esencial en la síntesis de las hormonas tiroideas, sintetizadas en la glándula tiroides situadas en el cuello, las cuales juegan un papel fundamental en el metabolismo de la mayor parte de las células y en el proceso de crecimiento de todos los órganos, especialmente del cerebro. Las alteraciones en sus niveles pueden provocar hipertiroidismo o hipotiroidismo que producen desarreglos en el metabolismo basal.

En la actualidad todavía persisten zonas en el mundo con población deficitaria de yodo y en algunos países constituye un problema de salud pública de primer orden, que según datos de la OMS afecta a cerca de 2.000 millones de personas en todo el mundo (la tercera parte de la población) y es la causa número uno de retraso mental y parálisis cerebral evitables.

Las cantidades necesarias de yodo varían con la edad: 150 microgramos al día para adultos y adolescentes y entre 70 y 120 microgramos para los niños. En los lactantes de hasta seis meses se estima que las dosis adecuadas son de 40 microgramos al día, mientras que en los mayores de seis meses esta cantidad es de 50 microgramos. Las mujeres embarazadas y lactantes tienen necesidades especiales: unos 200 microgramos durante el embarazo, cifra que se incrementará hasta 300 microgramos durante el periodo de amamantamiento.

Cubrir las necesidades de este mineral con alimentos es difícil, por eso se utiliza de manera generalizada la sal enriquecida con yodo. De hecho, el pescado y marisco son prácticamente las únicas fuentes de alimentación de yodo, seguidas de huevos y, en menor medida, las carnes. Con respecto a los alimentos vegetales, el contenido depende de la riqueza en yodo del suelo donde se hayan cultivado. Además, hay que tener en cuenta que determinados alimentos de origen vegetal contienen glucosinolatos, tiocianatos e isotiocianatos, compuestos que bloquean la captación de yodo por parte de las células tiroideas e impiden su utilización.

El déficit de yodo en la dieta diaria puede provocar bocio y trastornos de la glándula tiroides. El bocio es un aumento del tamaño de la glándula tiroides producido por el sobreesfuerzo que ha de hacer para compensar la falta de este micronutriente en la dieta. Hoy en día es poco frecuente gracias a la yodación de la sal de mesa.

Pero no solo la falta de yodo es perjudicial, el exceso también pasa factura de igual manera. El exceso de este oligoelemento es lo que se conoce como hipertiroidismo y lleva consigo consecuencias como ansiedad, insomnio, taquicardia…, ya que el metabolismo se acelera en exceso. Este trastorno es menos habitual que la falta de yodo y se aprecia en países como Japón, donde consumen entre 5 y 14 veces la cantidad máxima recomendada, a partir del consumo de algas y mariscos. No obstante, parece que la población japonesa dispone de mecanismos metabólicos adaptados a las altas ingestas de yodo que se conoce como la “paradoja japonesa”.

Charo Tabernero, periodista del COFM

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