Archivos

Piedad Martín Roldan, una farmacéutica centenaria

Corría el mes de julio de 1933 cuando Piedad Martín Roldan, recién cumplidos los 19 años, terminó la carrera de Farmacia, el mismo año en que se celebraban las primeras elecciones generales con sufragio universal en España. Una circunstancia que refleja la confusa realidad de esa época marcada por la incorporación de la mujer a la vida pública. Así, mientras se admite por primera vez el voto femenino se incrementa el número de mujeres estudiando en las aulas de la Facultad, situada en la actual sede de la Real Academia de Farmacia en Madrid.

Tras finalizar la carrera, aceptó la propuesta de trabajar en Monesterio, un pueblo de Badajoz en el que apenas estuvo 4 meses, “allí no pintaba nada”, recuerda la veterana farmacéutica que decidió hacer las maletas y regresar a Madrid porque además “era hija única y debía estar junto a la familia”.

Recién cumplidos los veinte años, Piedad abre su primera farmacia en el número 84 de la Calle Martín de los Heros en Madrid, donde vive los momentos más convulsos de la historia reciente de nuestro país. Recuerdos que permanecen inalterables en su memoria, sobre todo “el 23 de agosto de 1936, el día que se produjo el asalto en la cárcel Modelo, yo estaba trabajando en la farmacia y oí los tiros perfectamente. Se produjo un alboroto tremendo y de pronto vinieron dos guardias de asalto que me pidieron llamar por teléfono porque los de la cárcel no funcionaban y tenían que comunicar el asunto a las autoridades”.

En 1941, una vez superado el triste periodo de la guerra civil, Piedad abre otra farmacia en el devastado barrio de Argüelles, donde ejercerá ininterrumpidamente durante más de cuarenta años. Una larga etapa que rememora claramente: “por aquel entonces se abría a las 8 de la mañana porque había que preparar limonada purgante y el aceite de ricino que había que tomarlo en ayunas”.

Cuando supera los cien años de edad, Piedad recibe a Luis González y Mercedes González Gomis, presidente y secretaria del COFM, quienes han querido reconocer personalmente su contribución a la farmacia madrileña. Junto a ellos echa la vista atrás con la satisfacción del deber cumplido, “teníamos guardias constantes y el trabajo era duro porque nosotros mismos hacíamos los supositorios, las píldoras y los jarabes. Pero recuerdo ese tiempo con mucho cariño porque entre los farmacéuticos había mucha armonía, éramos amigos y compañeros. En cambio ahora me parece que hay más competitividad”.

Dejar un comentario