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Más de 200 pestañas en cada ojo

Largas, cortas, más o menos curvadas y de distinto color, las pestañas son la principal barrera de protección del ojo y funcionan como pequeñas mallas que impiden el paso de bacterias e impurezas como polvo o arena.   Nacemos con ellas, ya que se desarrollan dentro del útero materno a través de pequeños folículos capilares en la piel del párpado. Al igual que las uñas, las pestañas están compuestas por pequeñas escamas de queratina que aportan resistencia, aunque resultan muy sensibles al tacto y activan el parpadeo, un mecanismo imprescindible para mantener la lubricación ocular.

Los seres humanos tenemos aproximadamente 200 pestañas en el párpado superior y 80 en el inferior, cada una mide entre 5 y 8 milímetros de largo, siendo más largas en hombres que en mujeres. Su coloración va a depender de la cantidad de melanina y no aparecen canas con la edad. Las pestañas se renuevan espontáneamente dos o tres veces al año y cada pelo tarda en crecen unos 2 meses, de manera imperceptible. Una de las funciones de las pestañas es filtrar la luz, atenuar los efectos de la radiación solar y, al igual que las cejas, impedir el paso del sudor o gotas de lluvia que pudieran molestar al ojo.

Las pestañas pueden sufrir múltiples enfermedades como la blefaritis, la triquiasis y la distiquiasis, que causan enrojecimiento e irritación ocular, lagrimeo continuo y sensibilidad a la luz y al viento. Si no son tratadas de forma oportuna y correctamente, la visión del paciente puede comprometerse.

Desde siempre se han utilizado trucos para embellecer las pestañas y también para proteger los ojos del sol y del polvo; este era el caso de los egipcios, quienes utilizaban ungüento y malaquita, a la que se le atribuían poderes afrodisiacos.  A pesar de la popularidad de estos recursos, no siempre se hacían con garantías sanitarias. Así se desprende de la costumbre de las mujeres indias que se aplicaban tinta china para adornar las pestañas. Tampoco parecían muy saludables las pestañas rojas que impuso la reina Isabel cuando accedió al trono. Las mujeres de la época querían emular el tono dorado rojizo de la reina y utilizaban sustancias tóxicas que ponían en riesgo las pestañas.

No sería hasta el año 1835 cuando un empresario inglés de origen francés llamado Eugène Rimmel, comercializó la primera máscara de pestañas no tóxica. Este producto tuvo tal éxito que todavía hoy en día se conoce por este nombre a las múltiples máscaras de pestañas que se comercializan en el mundo.

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