Callosidades
Los callos son áreas superficiales duras de la piel, que se producen en zonas que sufren pequeños golpes o rozaduras de forma repetida; la piel tiende a endurecerse (queratosis) para proteger su estructura al ser comprimida entre el hueso y el calzado, son un modo en que la piel se protege frente a dicha agresión. En general, se localizan en las áreas que soportan más peso corporal: en las articulaciones de los dedos de los pies, en la superficie de la planta del pie o las palmas de las manos (en el caso de trabajadores manuales), produciendo molestias dolorosas. El grosor no es uniforme y sus bordes están mal definidos, pudiendo alcanzar varios centímetros de tamaño. La zona superficial es dura, rugosa y de color amarillento o tendiendo a gris, que puede o no sobresalir. La piel en los callos mantiene unas características estrías o “huellas”.
Los callos pueden evolucionar en tres fases: primero una simple hiperqueratosis, lesión que sólo afecta a la epidermis. La segunda fase sería de higroma, que afecta al tejido celular subcutáneo, que se inflama y/o se infecta. La tercera fase sería la afección ósea.
Otro tipo de dureza son los conocidos como clavos. Consisten en un engrosamiento más localizado, que aparece en una zona muy concreta de hiperpresión del calzado. Se forman debido a la presión o el rozamiento reiterado sobre o entre los dedos. Al igual que los callos, los clavos son áreas de piel dura y gruesa. Suelen adoptar una forma redondeada formada por un anillo amarillento de piel más blanda que rodea un núcleo central, duro y de color gris. Son lesiones prominentes y pueden alcanzar hasta un centímetro o más de diámetro. Se sitúan típicamente sobre los dedos de los pies (en especial, en los más pequeños, el 4º y el 5º) o entre los dedos.
La principal diferencia entre los clavos y los callos es que éstos últimos no están tan bien delimitados como los clavos y pueden no tener núcleo central.
Los callos y clavos afectan en mayor o menor medida a prácticamente toda la población, aunque tienden a ser más comunes y de mayor grosor y extensión en personas de edad avanzada.
Como en cualquier otra patología, el primer objetivo del tratamiento consiste en eliminar o reducir en lo posible las causas que los originan:
- Es recomendable el uso de calzado cómodo, y elástico. Usar zapatos de tamaño adecuado, con espacio suficiente entre los dedos.
- Usar calcetines que no irriten la piel, preferiblemente de algodón.
- Modificar los hábitos incorrectos; mejorar la forma de caminar, modificar la postura o la forma en que se emplea un instrumento, etc.
- Frotar la piel con piedra pómez durante el baño o después de éste para “adelgazar” poco a poco la piel engrosada. Ojo con esta práctica en pacientes diabéticos o con circulación deficiente.
- Evitar cortar los callos.
- Colocar plantillas bajo los talones si existen problemas en dicha área.
- Utilizar almohadillas o anillos de forma y tamaño que estén en función de la extensión y localización del área afectada. También son útiles los parches y vendajes protectores de gomaespuma, que permiten redistribuir las presiones. Las planchas de silicona recortables son hipoalergénicas y amortiguan los roces y presiones sobre el pie.
Los fármacos utilizados en el tratamiento de los callos son queratolíticos de uso tópico. El más utilizado es el ácido salicílico, que se emplea en concentraciones que van desde el 8% hasta un 60%, según la forma farmacéutica y los excipientes empleados (solución, ungüento, parches, etc.). En ocasiones va asociado con otros queratolíticos como el ácido láctico y el ácido acético. Muchas de las formulaciones emplean colodión, una sustancia plastificante que permite recubrir la lesión con una capa uniforme, manteniendo un contacto continuo de los principios activos con la zona a tratar. Los preparados tópicos con urea (40%) son también empleados en la eliminación de callos, debido a su elevado poder de hidratación.
Los preparados queratolíticos son irritantes para la piel sana y por ello debe evitarse la aplicación de estos productos fuera del área afectada o durante períodos superiores a dos semanas.
Normalmente, al cabo de 3-6 días el callo habrá sido eliminado. Podemos facilitar esta acción mediante baños de agua caliente o con el uso de la piedra pómez después del baño. En caso de que el callo o el clavo sean resistentes al tratamiento administrado, tendremos que acudir al podólogo o a nuestro médico especialista.
El tratamiento quirúrgico puede ser necesario para corregir deformaciones de los pies causantes de estas patologías y molestias al paciente.
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